Hoy (9/octubre/2015) conmemoramos en Ecuador el aniversario 195 de la Revolución del 9 de Octubre de 1820, que proclamó la independencia de Guayaquil. Ese acontecimiento tiene que ser visto en el contexto histórico del proceso de la independencia de América Latina en general y del Ecuador en particular.
El proceso independentista latinoamericano se inició en 1804 con la independencia de Haití. Pero tuvo su momento decisivo en 1808, cuando la invasión de Napoleón a España y el destronamiento del rey provocaron la resistencia del pueblo español y la constitución de Juntas que, al mismo tiempo que reivindicaron la soberanía popular contra el usurpador francés, proclamaron los derechos del monarca legítimo.
Bajo esas circunstancias también estallaron las revoluciones en la Hispanoamérica de la época, comenzando en 1809 con las de Chuquisaca, La Paz y Quito. En 1810 estallaron nuevas revoluciones en México, Caracas, Bogotá, Buenos Aires, Santiago de Chile; en 1811 las de Asunción y El Salvador; y en 1812 la lucha pasó a ser generalizada.
En Quito, la Junta Suprema instaurada el 10 de agosto de 1809 fue pionera en constituir un gobierno criollo, en reivindicar la soberanía popular y en establecer diputados representantes de los barrios. Su proclama de “fidelidad” al Rey, como lo hicieron las Juntas de las otras ciudades nombradas (excepto Chuquisaca y México, donde no se establecieron Juntas), fue la forma de disfrazar el autonomismo y el punto de convergencia para los radicales que ansiaban la independencia definitiva. Aunque Quito convocó a unirse a la causa emancipadora a las otras regiones de la Audiencia, ninguna lo hizo, pues todas eran absolutamente fieles al Rey, como fue el caso de Guayaquil en aquellos días, donde se rechazó a los quiteños mientras la ciudad era premiada por su fidelidad al monarca.
Desde 1810 la lucha por la independencia pasó a ser un objetivo claramente definido. Por eso Venezuela logró proclamar su emancipación tan temprano como en 1811. En 1813 el cabildo de Mérida otorgó a Simón Bolívar el título de “Libertador”, porque se hallaba en plenas campañas por la independencia total frente a España. José de San Martín también coincidía en el despliegue de sus campañas desde el sur. Mientras tanto en Quito, los próceres y centenares de pobladores habían sido masacrados el 2 de agosto de 1810, en 1811 se logró instalar un Congreso de Diputados que el 11 de diciembre proclamó la independencia frente al Consejo de la Regencia de España, y el 15 de febrero de 1812 expidió la primera Constitución, que creó el efímero Estado de Quito, con ejecutivo, legislativo, judicial y milicia propios, aunque todavía haciendo una sui generis proclama fidelista al Rey. Pero ese Estado fue defendido por las armas contra la arremetida realista, hasta que fue derrotado a fines de ese año.
Quito, sometida y reprimida, con su elite criolla desaparecida, no pudo levantarse, aunque en la Sierra centro norte estallaron intermitentes guerrillas.
De modo que la Revolución de Octubre en Guayaquil, una década más tarde que la de Quito y con la cual se inició la segunda fase del proceso independentista del país, se dio en un contexto absolutamente favorable, pues amplias regiones de Sudamérica ya estaban liberadas y en 1819 Bolívar incluso había fundado la Gran Colombia a la que solo faltaba unir la Audiencia de Quito.
Guayaquil pudo proclamar, sin traba alguna, su independencia plena. Y allí se organizó la División Protectora de Quito, un ejército que, tras fracasos iniciales, obtuvo el enorme respaldo de Antonio José de Sucre, quien llegó para ponerse al frente del ejército que desarrolló la campaña militar exitosa, que culminó en la Batalla del Pichincha, el 24 de mayo de 1822, que selló la independencia definitiva de la Audiencia de Quito, con tropas provenientes de distintas regiones de Sudamérica.A los cinco días, Quito se unió a la República de Colombia con el nombre de Departamento del Sur o Ecuador. La anexión de Guayaquil no fue fácil, pues su provincia se había declarado libre para decidir a qué gran nación se uniría.
Aquí se halla la controversia histórica, porque en aquellos momentos hubo en Guayaquil tres corrientes: la autonomista, la peruanófila y la colombianista. Se impuso Bolívar, apoyado por el sector colombianista. Esto frustró al sector autonomista que ansiaba una república propia, encabezada por la poderosa oligarquía agroexportadora y comercial de Guayaquil.
El problema está en que el autonomismo de la época rompía con los propósitos de quienes como Bolívar ansiaban la unidad de la Hispanoamérica liberada. También fueron autonomistas otras oligarquías regionales (en Bolivia, Argentina, Venezuela o Centroamérica, por ejemplo) que pretendieron crear republiquitas basadas en el control de los poderes locales.
Las confrontaciones entre los autonomismos oligárquicos locales y los deseos de constitución de Estados nacionales amplios e incluso integrados en una poderosa república continental, duraron largo tiempo en la historia latinoamericana. De hecho, eso es lo que frustró la construcción de la Gran Colombia, finalmente dividida en 1830.
Podrá entenderse, entonces, que quienes se consideran hoy los herederos del “autonomismo” guayaquileño, manipulan antiguas banderas de lucha, acusan a Bolívar de “usurpador” y “tirano”, y confían en alcanzar, en algún momento, la constitución de una ciudad-Estado.
En todo caso, esas aspiraciones simplemente políticas del presente, no pueden desviar la atención de un asunto esencial: tanto la Revolución de Quito (1809) como la Revolución de Guayaquil (1820) son hitos fundamentales en el proceso de la independencia del Ecuador. Ambas merecen reconocimiento y no hay razones de confrontar con estas dos grandes glorias de la vida nacional. Quito inició un movimiento en condiciones precarias; pero Guayaquil pudo encabezar el esfuerzo definitivo. La independencia finalmente logró la ruptura con el coloniaje español. Ese es el gran bien de aquel heroico proceso, que benefició a toda la población ecuatoriana, incluyendo indígenas y hasta esclavos, aún no liberados de sus respectivos yugos. Otro asunto es la fundación de la república y el dominio que en ella tuvo la oligarquía criolla, que frustró las esperanzas de quienes ansiaban no solo la libertad, sino también una transformación social.